Cómo enfrentar la inseguridad ciudadana
La criminalidad es una de las lacras de América
Latina. Para reducir su incidencia, los Estados necesitan intervenir con
un enfoque social más efectivo que las simples actuaciones policiales
Por Bernardo
Kliksberg
La población latinoamericana
reclama respuestas a la crucial cuestión de la inseguridad ciudadana. En
1995, sólo el 5% de la población consideraba que ése era el problema más
importante. Ahora es el 17% (Latinobarómetro, septiembre de 2008).
Encabeza el ranking de los problemas, seguido por la desocupación.
La tasa de homicidios anuales es de 25,1 por cada 100.000
habitantes, el doble de la de 1980 (12,5), y 25 veces la de los países
nórdicos (Noruega, 0,9; Dinamarca, 1,1; Suecia, 1,2).
En México hubo en 2008 casi 4.000 muertes por el crimen organizado, y
1,9 secuestros diarios.
En El Salvador, con una de las tasas más altas, se aplicaron en las
últimas presidencias las políticas denominadas mano dura y supermanodura,
y el delito siguió ascendiendo. En Guatemala se multiplicó la seguridad
privada, y continuó aumentando.
En Argentina, mientras que la población subió un 8% entre 1995 y 2005,
la tasa de encarcelamiento aumentó en un 92%, y sin embargo el delito no
disminuyó.
¿Qué se debe hacer para mejorar la
seguridad ciudadana?
Por lo pronto es fundamental mejorar la calidad de un debate muy
simplificador que sólo aborda el tema policialmente, manteniendo la
discusión encerrada entre cuestiones como hacer imputables a los niños,
crear cárceles especiales para niños y adolescentes, presionar a los
jueces por mayores penas y gastar más en seguridad. Dados los limitados
resultados obtenidos por estas vías, parece que urge poner la discusión
en un marco de análisis más amplio que integre, junto a los temas
policiales, muchos otros. Entre ellos:
1. Hay diversos tipos de delincuencia.
Es errado aplicarles a todas el mismo tratamiento. En la
región se debería diferenciar por lo menos entre el crimen organizado
-conformado por las mafias del narcotráfico, el secuestro, la trata de
personas, el robo de automóviles- y una delictualidad joven en ascenso
conformada por delitos menores de adolescentes y jóvenes que después
pueden ir escalando y convertirse en cada vez más graves.
A las mafias debe aplicárseles el máximo peso de la ley. Desarticularlas
por todas las vías. Hoy, muchas forman parte de mafias internacionales
globalizadas. Se requieren, además de respuestas nacionales, esfuerzos
internacionales en áreas como el lavado de dinero, los paraísos
fiscales, la corrupción, y otras que permiten a las mafias financiar y
legalizar sus ganancias. Se presentan desafíos de alta complejidad como
el que está enfrentando México de desbaratar las complicidades entre las
mafias y fuerzas policiales.
La delictualidad joven tiene otras lógicas causales. En América Latina,
uno de cada cuatro jóvenes está fuera del sistema educacional y del
mercado de trabajo. Sólo el 49% de los jóvenes termina la secundaria.
Sin ella no hay posibilidad de conseguir ningún trabajo en la economía
formal.
De todos los presos que hay en las cárceles argentinas, sólo el 5%
terminó secundaria. En las uruguayas, el 70% son menores de 30 años y no
tienen educación. Cuando se preguntó a jóvenes de las maras
centroamericanas por qué estaban en ellas, contestaron: "¿Dónde quieren
que estemos, si nadie nos acepta en ningún lado?". La primera gran
simplificación es meter en una misma bolsa todos los tipos de delitos.
2. La culpa es de los jueces.
Se argumenta que estarían dejando salir a delincuentes que
después vuelven a reincidir. La realidad no es tan sencilla.
Muchos de los jóvenes encarcelados llegaron al delito desde la
marginación total. Cuando salen con prontuarios penales adicionales
están mucho peor que antes para obtener algún tipo de inserción.
Si la sociedad no hace nada al respecto, es difícil sorprenderse
después. En Estados Unidos se llegó a conclusiones muy claras al
respecto.
The New York Times editorializa: "Se liberan cada año 650.000 presos,
se puede esperar que dos tercios de ellos retornen a la prisión en un
plazo de tres años...".
Este mecanismo que llama "la puerta giratoria" es antiético, pero
además, NO ES FINANCIABLE. Muchos Estados, aun los más conservadores, no
soportan más las cargas económicas de seguir construyendo prisiones.
A partir del reconocimiento de estos hechos, el Congreso aprobó casi por
unanimidad la ley de la segunda oportunidad (abril de 2008), que
convierte la rehabilitación en una meta central del sistema de justicia
federal. Los ex reclusos serán apoyados activamente por los Estados y
municipios para conseguir casas, seguros de salud, empleos y tratamiento
contra la droga. Se estima que el costo es mucho menor que el de los
juicios y cárceles.
En América Latina, los intentos en esa dirección han tenido resultados.
Así, por ejemplo, en Argentina se creó un centro universitario en una
cárcel, Devoto, para que los presos pudieran seguir estudios. Sólo el 3%
de sus ex alumnos volvieron a cometer delitos. En Costa Rica, el sistema
penitenciario está obligado a dar cursos de alfabetización, escuela
primaria, secundaria y Universidad para los presos que lo deseen. La
tasa de reincidencia es menor que la regional.
3. Los países exitosos.
¿Por qué países como los nórdicos, que tienen la más baja
proporción de policía per cápita del planeta, tienen tan bajos niveles
de delincuencia? Su éxito está en que el sistema social incluye.
Hay oportunidades reales de educación y trabajo para los jóvenes.
Estudios como los de Briggs y Cutright (1994), Messner y Rosenfeld
(1997) encontraron una sólida correlación entre redes de seguridad
económica y reducción de homicidios.
Fansilber y otros (1996)
encontraron en 45 países que las altas desigualdades -y América Latina
es la región más desigual- favorecían los homicidios.
4. La discriminación en acción.
Un estudio de USAID (2006) que pone a foco el fracaso de la
mano dura en Honduras, El Salvador y Guatemala, muestra que "muchos de
los jóvenes jamás han experimentado una interacción positiva con el
Estado. Con frecuencia, su única vivencia del Estado es la policía
haciendo arrestos y encarcelando personas". El clima social para los
jóvenes pobres es bien hostil. En el Latinobarómetro 2008, los
encuestados dicen que las personas más discriminadas en América Latina
son los pobres, y un 62% dice que la policía es más propensa a detener a
un joven que a un adulto. Ser pobres y jóvenes es un estigma muy
importante.
5. La desarticulación familiar.
En diversos países, dos
tercios de los delincuentes jóvenes vienen de hogares desarticulados. La
familia es fundamental en la prevención del delito. Da códigos éticos,
modelos de conducta y tutoría. Muchas familias pobres se quiebran ante
el estrés socioeconómico. Sin embargo, la protección de la familia no
está en la agenda de la seguridad ciudadana.
6. Más de lo mismo.
En lugar de dar a los jóvenes en riesgo más educación, más
trabajo y más familia, la respuesta convencional es "más de lo mismo":
represión, encarcelamiento y punición. Se está facilitando así la
generación de una mano de obra cautiva para el crimen organizado.
Mientras que la sociedad es indiferente a su destino, las mafias les
ofrecen incentivos económicos inmediatos.
Señala Pineyro (UNAM de México): "La base de apoyo social del
narcotráfico comprende a más de 500.000 personas... Mientras no haya una
política económica y social para reducir la pobreza, será difícil
revertir la situación". La Secretaría de Seguridad Pública estatal
estima que uno de los carteles de la droga tiene en Ciudad Juárez el
control de 521 pandillas integradas por 14.000 menores de 14 a 17 años.
Un debate con éstas y otras simplificaciones crea el ambiente para la
mano dura que agresivamente postulan los sectores más conservadores. A
ellos se les suman quienes tratan de conseguir ganancias electorales con
el tema.
El problema de la inseguridad ciudadana requiere soluciones
multicausales
Hay que modernizar, capacitar
y recuperar a la policía, que es una institución decisiva para la
prioritaria lucha contra el crimen organizado; fortalecer la justicia;
reformar el pésimo sistema penitenciario; reducir la tenencia de armas
cortas... pero al mismo tiempo, pasar del enfoque sólo policial del
problema a uno más amplio que responda a su complejidad.
A pesar del sensacionalismo con que se suele tratar el tema y del
interés de algunos sectores en ganar votos como sea, una parte
considerable de la opinión pública está abierta a una discusión más
amplia. Una encuesta reciente en Argentina, donde las ideas mano dura
crecen, reveló que el 37% de la población de Buenos Aires atribuía la
inseguridad y su propia desprotección a la pobreza, la desigualdad
social y la desocupación (Universidad de Belgrano, octubre de 2008). Un
30%, a la lenidad de la legislación.
Si se logra elevar la calidad del debate, la
sociedad defenderá una respuesta integral y no caerá en la trampa de la
represión alegre. En muchos países de la región, políticas públicas
acertadas, el esfuerzo de organizaciones pioneras de la sociedad civil y
jueces ejemplares han logrado incluir a miles y miles de jóvenes en
riesgo.
Están en la misma línea que la sugerente experiencia de un juez de
menores de Granada, Emilio Calatayud, que ha logrado una recuperación de
un 75% en menores que cometieron delitos, y que declaró en una
entrevista reciente:
"Si no creemos que un chaval de 14 años
puede ser reinsertado en la sociedad, estamos perdidos".
Bernardo Kliksberg es asesor principal
de la Dirección del PNUD / ONU para América Latina.
Tomado
del Diario El País, www.elpais.com
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